miércoles, 3 de noviembre de 2010

Calavera a Federico Fellini






Calavera a Federico Fellini

La niebla caía en la Roma felliniana
Y Federico estaba frente a su ventana
Cuando a alguien vio que lo llamaba,
Era la huesuda quien por ahí andaba.

De México venia ella a visitarlo
Y estaba dispuesta a no soltarlo
Fellini dormía en su cama para evitarla
Sin saber que a los sueños también ella llegaba.

Soñaba Fellini que en cinecitta se encontraba
Y mientras un show de variedades él  veía
La calaca con sus cantos ya aparecía
Federico el genio, entre los sets se ocultaba.

Fue cuando entonces se distrajo mirando
A un Jeque blanco que a caballo trotaba
Fellini a la montura  rápido  se trepaba
Pero Catrina ya los andaba alcanzando.

Sin él esperarlo sintió que veloz lo bajaban
Un quinteto de inútiles quienes lo ayudaban
Lo cinco muchachos lo escondieron un rato
Pero la flaca lo encontró con ayuda de un gato.

A una agencia Federico llegaba
A una de esas que matrimonios formaba
Y que a escribir una película a Fellini inspiraba
Sin saber que ahí la huesuda aguardaba.

A lo lejos se oyó a Zampano que gritaba
Y a Gelsomina que el dinero contaba
Corrió por el pueblo el buen Federico
Y  lo escondieron en una carpa de circo.

Ahí se encontraban un trió de hombres
Muy diferentes pues eran estafadores
Tenían todos ellos una buena apariencia
Pero eran sin duda almas sin conciencia.

Salieron del circo llegando la noche
Pero la sonsa catrina era muy distraída
Con Cabiria bailaba mientras Fellini se iba
Al verse engañada escupió un reproche.

El italiano corría junto a Marcello Rubini
Un reportero que admiraba a Fellini
Ambos creían que era dulce la vida
Aunque a veces no fuera lo suficiente florida.

Se detuvo Fellini a mirar un enorme letrero
El mismo que Antonio veía desde un agujero
Tentados los dos por los pechos de Anita
Cuando percataron de que la flaca andaba cerquita.

Se oculto Federico en una playa baldía
En donde la Saraghina con gusto bailaría
Y esta es de Fellini la novena parada. Bueno,
Octava y media pues la agencia sólo fue de pasada.

Pidió a Giulietta que rápido lo ocultara
Para que su vida un poco se alargara
Su esposa ya exorcizada a él ayudaba
Y a pesar de eso la flaca casi lo atrapaba.

Viajó Federico a un país lejano
Donde vivía un actor pagano
Toby Dammit se llamaba el artista
Pero ahí lo encontró la flaca muy lista.

Fue Federico de nuevo a su tierra
Ahí escribió en su libreta vieja
Algunos apuntes muy personales
Sobre un director y sus personajes.

Miró extrañado a dos muchachillos
Que se peleaban por unos anillos
Y le llegó a la memoria un viejo libro
“Satyricon” contestó el acertijo.

Llegó la catrina con unos cuantos payasos
El ingenuo cineasta casi cae en la trampa
Pero antes de eso le dieron unos porrazos
Y alcanzo con ayuda escapar por una rampa.

Llegó a su pueblo el buen Federico
Donde se respiraba un aire muy rico
En tono alegre él susurro: AMARCORD
Pues aquel recuerdo le era acogedor.

Ahí  lo trataban como a un Casanova
La vieja calaca ya se sentía ganadora
Cuando sin saber como Fellini volaba
Y una vez más de su muerte escapaba.

Bajó en un lugar para él conocido
Pues ahí ensayaba Nino su amigo
La orquesta tocaba algo de Rota
Y al pobre de Nino le llegó ya su hora.

Triste Fellini por la pérdida enorme
Llegó a una ciudad llena de pezones
Llorando veía como llevaban al muerto
Al cual arrojaron en un barco en el puerto.

Y sentado el cineasta de lejos veía
Como la nave con su amigo se iba
Viejo y cansado, el pobre Fellini huía
Sin saber que otros amigos encontraría.

Eran Amelia y Pippo pero mucho más viejos
O Ginger y Fred como en los viejos tiempos
Bailaron un rato,  luego se fueron
Y desde aquel día jamás se vieron.

Alcanzó la catrina al pobre cineasta
Y lo tomó de la mano muy entusiasta
Y le hizo al hombre una entrevista
Pero no se publico en ninguna revista.

“Por fin Federico te tengo en mis manos
Y vienes conmigo como otros ancianos”
El viejo reloj de Fellini marcaba la una
Y lo ultimo que él escucho fue la voz de la luna.

 Giulietta Masina lloraba incesante
Pues a su marido quería bastante
Y la esposa con la pena presente
Alcanzo a Fellini  al año siguiente.



José Luis Fernández Ojeda

domingo, 24 de octubre de 2010

Una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa…





El Infierno, la última película de Luis Estrada, ha permanecido en cartelera desde su estreno, el 3 de Septiembre de 2010. Hecho por demás revelador que manifiesta su pertinencia, y la necesidad de que el cine se refiera –también- sin escamoteos a su contexto, a los aspectos más acuciantes de la sociedad que lo posibilita.

Luis cierra con esta peli la brillante y mordaz trilogía que había empezado hace más de una década, en 1999, con La Ley de Herodes, y a la que siguió en el 2006, Un Mundo Maravilloso. Sin embargo El Infierno como buen final de tragedia ática, lo que propone es un horizonte aciago y fatal, una anagnórisis que sin embargo no puede devenir en catarsis, en la cual el destino –posibilitado por las hamartías de sus personajes, reflejo del país- termina por alcanzarnos y nos condena a su inexorabilidad. O lo que es peor, a la conciencia manifiesta de que “eso” somos y “así” estamos, y qué no hay más.

Es una peli insoportable, llena de referencias que para nuestro horror están llenas de familiaridad, es increíblemente –en el mejor de los sentidos- larga, episodio tras episodio va haciendo un recorrido por el imaginario colectivo que implica nuestra sociedad, corrupta, violenta, narcotizada– no sólo químicamente-, fementida, en un frenesí progresivo que no cesa, te vapulea por todos lados, una y otra vez –y otra y otra-, sin tregua.

Es un enfrentamiento descarado del problema más actual de nuestro país, entendiendo como actual, el resultado de una larga serie de procesos históricos –de contingencias, de posibilidades actualizadas-, cuya sofisticación se ha materializado en el arraigo del crimen organizado. Hace un par de semanas escuchaba una mesa redonda de periodistas extranjeros que llevan al menos una década trabajando en México, y me alarmaba descorazonadamente lo que decía una española que trabaja en ciudad Juárez, hablaba de que para los juarenses el principal problema –entre militarización y crimen organizado-, era estar vivos. Que les llovía tupido de ambos lados. Si no se los chingaban unos, se los chingaban los otros. Nuestro principal problema entonces es sobrevivir a un entorno completamente dedicado a destruirte, a consumirte. La cotidianidad de un mexicano cualquiera, el infierno de la existencia, que me remite a un pasaje del Origen de la Tragedia del célebre Filólogo de bigotes largos, Fridrich Nietzsche: “Según la antigua leyenda, el rey Midas persiguió durante largo tiempo en el bosque, sin poder alcanzarle, al viejo Sileno, compañero de Dioniso. Cuando al fin logró apoderarse de él, el rey le preguntó qué cosa debía el hombre preferir a toda otra y estimar por encima de todas. Inmóvil y obstinado, el demonio permanecía mudo, hasta que por fin, obligado por su vencedor, se echó a reír y pronunció estas palabras: “Raza efímera y miserable, hija del azar y del dolor, ¿Por qué me fuerzas a revelarte lo que más te valiera no conocer? Lo que debes preferir a todo es, para ti, lo imposible: es no haber nacido, no “ser”, se la “nada”. Pero después de esto, lo que mejor puedes desear es… morir pronto”.[1]

Luis nos muestra esto en su película, no explora la violencia como un asunto aislado, sino como una consecuencia natural –desde luego repudiable- del proyecto mexicano, un país corrupto, neoliberal, sometido, desigual, surrealista, kitsch, cínico, indiferente, que está en medio de un círculo inquebrantable de fatalidad metafársica.

La audiencia responde, la sala va experimentando una serie de risas cada vez más matizadas, que se distancian cada vez más unas de otras, separadas por silencios cada vez más pesados y dolorosos.

La película tiene el gran acierto de construir personajes arquetípicos, que se arraigan en los espectadores, el Cochiloco, los Reyes, el JR, el Beny, son un epítome de los estratos sociales, contextos, a los que pertenecen. Y que viven un momento del círculo inevitable y continuo; una serpiente devorando su cola.

Alguna vez escuché decir a Carlos Monsiváis que si Franz Kafka hubiera nacido en México, hubiera sido un escritor costumbrista, esto me hace pensar en El Infierno de Estrada, porque pareciera que hacer tragedia fársica –socioeconopolítica- en este país, es hacer crónica, casi un ejercicio tímido de documental…

Luis Javier Pedraza Méndez

Licenciatura en Cine y Producción Audiovisual, UPAEP


[1] Friedrich Nietzsche, El Origen de la Tragedia, México, Porrúa, 1999.

sábado, 16 de octubre de 2010

A Century of Cinema… (Otro comentario a SS)


El recuento que en el centenario del cine hace Sontag, suena ya trillado, lugar común… y ese es el principal problema, estamos por demás habituados a la desesperanza fílmica. Hablamos de 1995, hoy, catorce años después el patetismo es que el panorama es el mismo, quizás sólo más agudizado, más desarrollado. Vivimos en la era del remake o su bastarda sofisticación, el reboot. Un comprometido reciclaje que parece provenir de la generalización de la clausura del cine como arte y su revaloración sólo como medio de entretenimiento y de explotación. Los estudios son controlados hoy en día por largas corporaciones que en su poder también cuentan con productos tan superficiales –cuyo fin primero y último es el consumo- como los refrescos o los noticiarios.
Es interesante que trate de la cinefilia, ahora somos espectadores coaccionados, amaestrados, que reaccionamos de manera calculada y eficiente ante el producto cinematográfico, capaces de masticar determinado número de palomitas y confites por minuto, directamente proporcionales a los tragos de pepsi dados. El cine dejó de ser un fenómeno, un ritual colectivo y solitario, ha salido de su obscuridad pública y su grupal anonimato, para irse a arrebujar a la luz doméstica y a su íngrima familiaridad. Ver cine en casa, independientemente del tamaño de la imagen, es un acto más onanista, que, como antes, orgiástico.
El cine como pretexto, como producto ancilar del establishment…
No estoy seguro dónde lo leí, o si proviene de los soñadores de Bertolucci, “toda mi educación la obtuve en la cinemateca”, el cine como fuente inagotable, como proyección e introspección iridiscentes. Adoptemos la postura de García Tsao, no seamos sólo esta pose snob y desvirtuada de cinéfilos, sino la patología social e insaciable de ¡cinemaniacos!. Una peli es el acontecimiento más importante, hay que restaurar la relación dialéctica, las pelis parten de uno y a uno van –así en singular, sólo de retina en retina alcanzan la pluralidad-, si las películas no nos dicen nada vital, no podemos nada vital decirles, y viceversa. Hay que dejarnos partir la madre por las pelis, para luego poder vengarnos. Hay que provocarlas, provocarnos, provocarnos, provocarlas. Sontag es por lo que clama, por este reencuentro profundo del cine con su audiencia, por eso…
Estoy –como otros- locamente enamorado, el cine es insoportable, su lenguaje resuena, inconscientemente y al revés, en lo profundo. Es universal, primitivo, sofisticado, es una experiencia psicosomática, imponderable, inefable, abierta.
Quiero ser cineasta por esa inclinación por el misterio, por la sorpresa, por la estupefacción y curiosidad ante el mundo fenoménico, por lo que se nos revela y oculta en y a la mirada. Me gusta por ejemplo, que a pesar de haber preparado meticulosamente una escena, al momento de rodarla, todo pueda trastocarse, cambiar –que llueva o que no llueva, etc.-, y entonces de forma orgánica tener que interactuar con el mundo, exhaustivamente, para lograr hacer la toma.
Me gusta el cine como actualización de lo abstracto, la encarnación de lo incorpóreo, como la realización de la especulación, de la imaginación, con todo lo que conlleva. Y también como lo contrario, como espejo, de lo encarnado a lo incorpóreo, de lo actual o lo posible, con todo lo que conlleva, de igual modo. El cine vil, el vil cine.
La irracionalidad inherente a la imagen; la exégesis, la teoría, la crítica, vienen luego, primero se dilatan o desvían las pupilas.
Voltear los ojos al cine independiente.
Y no puedo dejar de sonar ditirámbico, pero limitado, creo en Truffaut, “El cine es mejor que la vida”… y hago eco a lo dicho por Eva Green en la ya mencionada peli bertolucciana: “I entered this world on the Champs-Elysees, 1959. La trottoir du Champs Elysees. And do you know what my very first words were? New York Herald Tribune! New York Herald Tribune!” 

Luis Javier Pedraza...  Cine y P.A./UPAEP