CINEROS UPAEP
Blog de la Licenciatura en Cine y Producción Audiovisual de la UPAEP...
miércoles, 3 de noviembre de 2010
Calavera a Federico Fellini
domingo, 24 de octubre de 2010
Una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa…
El Infierno, la última película de Luis Estrada, ha permanecido en cartelera desde su estreno, el 3 de Septiembre de 2010. Hecho por demás revelador que manifiesta su pertinencia, y la necesidad de que el cine se refiera –también- sin escamoteos a su contexto, a los aspectos más acuciantes de la sociedad que lo posibilita.
Luis cierra con esta peli la brillante y mordaz trilogía que había empezado hace más de una década, en 1999, con La Ley de Herodes, y a la que siguió en el 2006, Un Mundo Maravilloso. Sin embargo El Infierno como buen final de tragedia ática, lo que propone es un horizonte aciago y fatal, una anagnórisis que sin embargo no puede devenir en catarsis, en la cual el destino –posibilitado por las hamartías de sus personajes, reflejo del país- termina por alcanzarnos y nos condena a su inexorabilidad. O lo que es peor, a la conciencia manifiesta de que “eso” somos y “así” estamos, y qué no hay más.
Es una peli insoportable, llena de referencias que para nuestro horror están llenas de familiaridad, es increíblemente –en el mejor de los sentidos- larga, episodio tras episodio va haciendo un recorrido por el imaginario colectivo que implica nuestra sociedad, corrupta, violenta, narcotizada– no sólo químicamente-, fementida, en un frenesí progresivo que no cesa, te vapulea por todos lados, una y otra vez –y otra y otra-, sin tregua.
Es un enfrentamiento descarado del problema más actual de nuestro país, entendiendo como actual, el resultado de una larga serie de procesos históricos –de contingencias, de posibilidades actualizadas-, cuya sofisticación se ha materializado en el arraigo del crimen organizado. Hace un par de semanas escuchaba una mesa redonda de periodistas extranjeros que llevan al menos una década trabajando en México, y me alarmaba descorazonadamente lo que decía una española que trabaja en ciudad Juárez, hablaba de que para los juarenses el principal problema –entre militarización y crimen organizado-, era estar vivos. Que les llovía tupido de ambos lados. Si no se los chingaban unos, se los chingaban los otros. Nuestro principal problema entonces es sobrevivir a un entorno completamente dedicado a destruirte, a consumirte. La cotidianidad de un mexicano cualquiera, el infierno de la existencia, que me remite a un pasaje del Origen de la Tragedia del célebre Filólogo de bigotes largos, Fridrich Nietzsche: “Según la antigua leyenda, el rey Midas persiguió durante largo tiempo en el bosque, sin poder alcanzarle, al viejo Sileno, compañero de Dioniso. Cuando al fin logró apoderarse de él, el rey le preguntó qué cosa debía el hombre preferir a toda otra y estimar por encima de todas. Inmóvil y obstinado, el demonio permanecía mudo, hasta que por fin, obligado por su vencedor, se echó a reír y pronunció estas palabras: “Raza efímera y miserable, hija del azar y del dolor, ¿Por qué me fuerzas a revelarte lo que más te valiera no conocer? Lo que debes preferir a todo es, para ti, lo imposible: es no haber nacido, no “ser”, se la “nada”. Pero después de esto, lo que mejor puedes desear es… morir pronto”.[1]
Luis nos muestra esto en su película, no explora la violencia como un asunto aislado, sino como una consecuencia natural –desde luego repudiable- del proyecto mexicano, un país corrupto, neoliberal, sometido, desigual, surrealista, kitsch, cínico, indiferente, que está en medio de un círculo inquebrantable de fatalidad metafársica.
La audiencia responde, la sala va experimentando una serie de risas cada vez más matizadas, que se distancian cada vez más unas de otras, separadas por silencios cada vez más pesados y dolorosos.
La película tiene el gran acierto de construir personajes arquetípicos, que se arraigan en los espectadores, el Cochiloco, los Reyes, el JR, el Beny, son un epítome de los estratos sociales, contextos, a los que pertenecen. Y que viven un momento del círculo inevitable y continuo; una serpiente devorando su cola.
Alguna vez escuché decir a Carlos Monsiváis que si Franz Kafka hubiera nacido en México, hubiera sido un escritor costumbrista, esto me hace pensar en El Infierno de Estrada, porque pareciera que hacer tragedia fársica –socioeconopolítica- en este país, es hacer crónica, casi un ejercicio tímido de documental…
Luis Javier Pedraza Méndez
Licenciatura en Cine y Producción Audiovisual, UPAEP
[1] Friedrich Nietzsche, El Origen de
sábado, 16 de octubre de 2010
A Century of Cinema… (Otro comentario a SS)
Es interesante que trate de la cinefilia, ahora somos espectadores coaccionados, amaestrados, que reaccionamos de manera calculada y eficiente ante el producto cinematográfico, capaces de masticar determinado número de palomitas y confites por minuto, directamente proporcionales a los tragos de pepsi dados. El cine dejó de ser un fenómeno, un ritual colectivo y solitario, ha salido de su obscuridad pública y su grupal anonimato, para irse a arrebujar a la luz doméstica y a su íngrima familiaridad. Ver cine en casa, independientemente del tamaño de la imagen, es un acto más onanista, que, como antes, orgiástico.
El cine como pretexto, como producto ancilar del establishment…
No estoy seguro dónde lo leí, o si proviene de los soñadores de Bertolucci, “toda mi educación la obtuve en la cinemateca”, el cine como fuente inagotable, como proyección e introspección iridiscentes. Adoptemos la postura de García Tsao, no seamos sólo esta pose snob y desvirtuada de cinéfilos, sino la patología social e insaciable de ¡cinemaniacos!. Una peli es el acontecimiento más importante, hay que restaurar la relación dialéctica, las pelis parten de uno y a uno van –así en singular, sólo de retina en retina alcanzan la pluralidad-, si las películas no nos dicen nada vital, no podemos nada vital decirles, y viceversa. Hay que dejarnos partir la madre por las pelis, para luego poder vengarnos. Hay que provocarlas, provocarnos, provocarnos, provocarlas. Sontag es por lo que clama, por este reencuentro profundo del cine con su audiencia, por eso…
Estoy –como otros- locamente enamorado, el cine es insoportable, su lenguaje resuena, inconscientemente y al revés, en lo profundo. Es universal, primitivo, sofisticado, es una experiencia psicosomática, imponderable, inefable, abierta.
Quiero ser cineasta por esa inclinación por el misterio, por la sorpresa, por la estupefacción y curiosidad ante el mundo fenoménico, por lo que se nos revela y oculta en y a la mirada. Me gusta por ejemplo, que a pesar de haber preparado meticulosamente una escena, al momento de rodarla, todo pueda trastocarse, cambiar –que llueva o que no llueva, etc.-, y entonces de forma orgánica tener que interactuar con el mundo, exhaustivamente, para lograr hacer la toma.
Me gusta el cine como actualización de lo abstracto, la encarnación de lo incorpóreo, como la realización de la especulación, de la imaginación, con todo lo que conlleva. Y también como lo contrario, como espejo, de lo encarnado a lo incorpóreo, de lo actual o lo posible, con todo lo que conlleva, de igual modo. El cine vil, el vil cine.
La irracionalidad inherente a la imagen; la exégesis, la teoría, la crítica, vienen luego, primero se dilatan o desvían las pupilas.
Voltear los ojos al cine independiente.
Y no puedo dejar de sonar ditirámbico, pero limitado, creo en Truffaut, “El cine es mejor que la vida”… y hago eco a lo dicho por Eva Green en la ya mencionada peli bertolucciana: “I entered this world on the Champs-Elysees, 1959. La trottoir du Champs Elysees. And do you know what my very first words were? New York Herald Tribune! New York Herald Tribune!”